Extra life
Al escribir se me vienen como siete mil recuerdos juntos. En primer lugar, mi madre siempre me dice “Keiji, si vas a hacer algo, hace bien o sino dejá nomás si vas a hacer de mala gana.” Aunque esa frase me haya cansado muchas veces (porque baldear el quincho por ejemplo it’s not my idea of fun) tengo que darle la razón, complementando lo que dice mi papá (que casualmente es un japonés bastante particular) “Keiji, siempre tenés que ser superior, tenés que ser el primero en lo que haces.” Así que este post se lo dedico a aquellos que no están pudiendo encontrar palabras para demostrar sus sentimientos hacia ciertos aparatos que significan mucho para nosotros. Sí, quiero hablar de los videojuegos y quiero hacerlo de la mejor manera posible porque así se lo merecen los cartuchos de Family que me hicieron el aguante toda la infancia… y también a aquellos que saben de que hablo.
¿Cuál es el motivo? Hoy, 15 de julio de 2014 se cumplen 31 años del lanzamiento de una de las mejores consolas de la historia. Así es. Un día como hoy, pero de 1983, nuestro amor Nintendo sacaba al mercado japonés la famosa y grandiosa Family Computer. Aunque esta máquina divina haya sido nada más de 8 bits (perteneciente a la todavía más bella tercera generación de los videojuegos) no solo supo ganarse el corazón del pueblo nipón y del mundo entero con su grandioso catálogo de juegos sino que también tomó la posta y contribuyó a revitalizar en gran manera la industria de los videojuegos, especialmente la estadounidense, la cual había caído unos años atrás en una crisis financiera que ocasionó incluso que varias empresas especializadas fueran a la quiebra. Y como a mi me gustan los números, también los menciono por ser interesantes: 61,91 millones de consolas vendidas en 9 años (algo así como 785 consolas por hora ininterrumpidamente), siendo su videojuego más vendido, obviamente, Super Mario Bros. con 40,23 millones.
Esto hizo que me inspire y haga memoria. Como iba diciendo, ¿siete mil recuerdos? Casi. Para nuestra fortuna en esta familia mestiza nunca faltó ese nippon touch de dedicarnos a los jueguitos. Como soy el más pequeño de mi familia, los primeros recuerdos no son míos, sino de mis hermanos. Alguna vez en los 80s, luego de muchísima insistencia por parte del primogénito de los Sozaki Alvarado, mi papá finalmente accedió a comprarle una consolita de la época: una sexy Atari, la cual traté de ubicar CUAL de todas las Atari era pero me fue imposible con mi viejo. En fin, al principio a mis padres no les gustaba (especialmente a mi mamá) que mi hermano quedase horas y horas jugando con la hermosa máquina. Mi papá intento hablar con él e inclusive logró que deje de jugar tanto… jugando él todas las horas que mi hermano no jugaba. Efectivamente, en su intento de sacar la manía de su hijo también quedó plasmado por los ‘modernos’ píxeles que le regalaba la consola, compartiendo mucho más tiempo con mi hermano.
Tiempo después, a comienzos de los 90s dicha Atari terminó por fundirse quién sabe como. Pero como no hay mal que por bien no venga, eso nos trajo algo mejor: uno de los núcleos de este post que fue el mencionado Family Computer original (nada de esos NES yankees) y por supuesto venía con su propia Biblia recreativa (que también ya la mencioné) Super Mario Bros. En esos tiempos ya existían mis tres hermanos y con edad suficiente para disfrutar de esa época gloriosa. Fue entonces que todos los cuadernos, libros, agendas y papeles se llenaron con récords hechos por ellos cada vez que jugaban. Quien llegaba más lejos, quien lo hacía en menos tiempo, el mayor puntaje, el escenario más lejano alcanzado, las apuestas, los trucos, el lugar donde se escondían esos 1UPs preciados, la frustración terrible de jugar solo, llegar a un high score altísimo y morir sin que haya testigos de tu hazaña; ese patatús que te agarraba cuando saltabas sospechosamente y quedabas a míseros píxeles de caer en la nada. Un conjunto de emociones combinadas con la imaginación, la alegría y el alma de un nene que disfrutaba del bigotón tira-fuego. Y por si fuera poco, también alegraba las tardes Yoshi’s Cookie, otra joyita familiar.
Fue entonces que seguimos avanzando y suceden dos cosas importantes: uno de mis primos, no sé con que cabeza, se olvida su Sega Genesis (el cual guardo celosamente como recuerdo) con unos cartuchos lindos, entre ellos el famoso Art of Fighting, con el cual pasamos también horas y horas jugando. Inclusive, casi agarrándonos a golpes reales más que virtuales por ciertas partidas. Lastimosamente con el tiempo también fue quedando olvidado dicho aparato y, no siendo justo con él y tampoco con el Family, no recordamos las razones. Habrá sido, quizás, alguna noche de tormenta que el transformador no aguanto y terminó por matar dicha continuidad. Triste en serio, pero que a más de uno le habrá pasado.
Sin embargo, el hecho de que nos hayamos quedado sin consola no fue un impedimento para que sigamos disfrutando de la magia pixelada de la época. Aparte de las consolas teníamos una vieja computadora VTC (sí, una de esas que tenían la vieja diskettera de 5 pulgadas y cuarto y un disco duro que no llegaba a los 500 MB) donde llegamos a disfrutar otra época gloriosa: la de las aventuras gráficas. Por nuestros ojos y manos pasaron dos títulos importantes: Leisure Suit Larry 1 y Maniac Mansion, que ayudaron enormemente a que mis hermanos y yo dominemos de manera amplia el inglés. Es más, para tener una idea de lo que significaba para nosotros jugarlos, los invito a ubicarnos en la época: comienzos de 1997. Hablar de internet era no solo hablar de una cifra astronómica en la cuenta de ANTELCO sino también algo un poco rebuscado. De esta manera, olvídense de buscar cheats o walk-throughs en páginas web idóneas. También olvídense de comprar revistas especializadas, que como mucho llegaban a Argentina (en nuestro caso Posadas), las cuales eran caras y tampoco traían la información que a veces uno necesitaba (una vez por gracia de Dios le pegamos a un número de ‘Club del Nintendo’ que hablaba de Maniac Mansion y traía una especie de ayuda para seguir avanzando en la aventura, como un paso-a-paso en modo relato). Yendo más lejos, olvidemos consultar a un amigo que tenía el mismo juego, porque, sin tener intenciones de caer en la soberbia, eramos realmente suertudos de contar con una máquina (más aun con juegos) y un conocimiento básico de inglés.
En fin, siguiendo con la historia las ganas de jugar eran tantas que lo hacíamos junto con un diccionario inglés-español para saber donde cuernos ir, que hacer, que agarrar, donde ponerlo para que haga tal cosa y llevar x a y, potenciarlo y finalmente llegar al final para darnos cuenta que nos faltó hacer algo al comienzo y tener que empezar de vuelta todo. Es decir, aparte de llenarnos de diversión también nos frustrábamos al quedarnos estancados y rogar al cielo que nos ilumine para ganar. Al parecer nos escuchaba alguien (llámenlo Dios, Alá, Zeus o Monesvol) porque por accidente encontrábamos la solución. Lo lindo fue que finalmente conseguimos ganar ambos juegos y lo malo fue que nos habíamos olvidado como, pero eso nos permitía volver a desafiarnos.
Con el paso de los años vino a casa una Acer Aspire de escritorio un poquito más decente para la época: 128 de RAM, Windows 98 y parlantes estéreo. Con ella, vinieron mejores títulos como World Football 98, Age of Empires II, FIFA 2001, NFS High Stakes y Grim Fandango en dos CDs, que alimentaron nuestra cultura gamer. Pudimos expandirnos a miles de cosas en un nivel inimaginable. Vivíamos los avances de las distintas épocas en carne propia y gozábamos con esos deleites. Además, con esta PC pudimos cumplir otro sueño: tener consolas varias como la Game Boy Color o la Super Nintendo a través de emuladores. La primera acompañada de los títulos Red, Blue, Yellow y Silver de Pokémon, uno de los juegos que definieron y definen mi vida. La última con un disco duro exclusivo cargado de ROMs para dicho emulador: era la gloria; el paraíso cuadradito de todo nene que se digne de serlo.
Y quedamos ahí, hasta que esa computadora fue demasiado vieja y fue desmantelada para dar lugar a la porquería actual computadora con la que estoy escribiendo esto. El resto ya se imaginarán: vinieron PES, Winning Eleven, God of War, Battlefield, Medal of Honor, Resident Evil, Silent Hill, las series de GTA y un largo etcétera, sin olvidar que pasamos por Crash Bandicoot, Sonic The Hedgehog, Link de The Legend of Zelda y demás personajes históricos, realmente. Así llegamos al dia de hoy, era de los smartphones, Wii U, PS4, PS Vita, Xbox One y demás chiches tecnológicos que antes eran impensados. Yo sigo sobreviviendo con PSP-2000 God of War Edition (bastante hecho bolsa por cierto) pero siempre tengo tiempo y memoria para recordar todo ese trajinar de pasar horas frente a una pantalla.
No escribí esto solamente para crear un momento nostálgico sino también para explicar nuestra experiencia como individuos y como familia con respecto a todo esto. Haciendo una retrospectiva, desde los inicios mismos donde una palanca y un botón eran suficientes, los videojuegos demostraron ser entretenidos para todas las edades, incluso para mis hermanos chiquitos y mi padre. Nunca fueron una pérdida de tiempo, porque ellos nos permitieron pasar momentos juntos, desafiarnos entre nosotros pero casi sin molernos a palos. Creo en nosotros una naturaleza competitiva equilibrada: no destruyendo pero si sin dejarse ganar.
Con el tiempo aprendimos también a trabajar en equipo y a darnos cuenta que si solos eramos buenos, juntos podíamos superar cualquier cosa. Nos enseñaron palabras nuevas, a buscar soluciones en vez de llorar por los problemas. Nos enseñaron que si uno se esfuerza de verdad uno encuentra la salida y puede salir adelante. Aunque fuesen una pavada nosotros nos sentiamos campeones del mundo por haber logrado algo que nadie hizo. Ganar un juego antes era como ser el amo del universo. Eras el rey de la casa.
Gracias a los videojuegos aprendimos que no hace falta tener muchísimas cosas para disfrutar de todo. Nos bastaba que el juego ande para poder pasarla bien, todos juntos, riendo, olvidando por un rato que la vida es jodida pero no dejándola de lado como dicen las señoras que no saben ni papa. Hasta ahora nos basta que la Kinect nos reconozca para pasarla 10 puntos, sin alcohol ni vicios ni nada de eso.
Y con sus avances, fui aprendiendo que si practico y lo intento puedo llegar a donde sea. Que si hago las cosas bien y con amor todo me va a salir bien. Que si me pongo a analizar detenidamente cada detalle prácticamente soy invencible. Que todo tiene un objetivo e importa y se disfruta más el camino que la consecución del mismo. Que la unión con la gente que está a tu lado, tanto real como virtualmente, es realmente la meta del juego. Que podes aprender mucho si escuchas, podes descubrir mucho si te detenes a mirar un rato, que podes llegar lejos si probas y probas y probas de mil maneras las cosas, que podes tener una visión distinta de las cosas.
Y lo más importante que me enseñaron es que, haciendo analogía, aunque pierdas tu última vida siempre podés volver a comenzar y seguir hasta conseguir lo que quieras. Quizás por desconocimiento o porque la gente no vive y no siente estas cosas, es que dicen que soy un viciado, un trauma y que pierdo mi tiempo cuando “jodo”con los jueguitos. Ojalá supiesen que ellos me dieron los mejores momentos de mi vida y formaron la persona que soy. Sí, quizás pude aprovechar más tiempo afuera jugando a la pelota, saliendo en bici o descubriendo las maravillas que nos da la naturaleza. Pero no me arrepiento. Sé que ustedes, al leerlo, tampoco. Porque al final, palabras más, palabras menos, la vida es un juego :)
Y por si no les quedó clara la onda, les dejó con un video que nos recuerda el boom que generó el Famicom, el eterno compañero de toda una generación.
Este post me hizo recordar tantas cosas como por ejemplo que disfruté como nunca los primeros años de mi vida gracias a las consolas. Jugué hasta en esas que eran unas ñembo ALGO y se llamaban SATURN no sé qué jaja para mi no importaba porque era descubrir un nuevo mundo de juegos. Me pasaba horas y horas jugando o al menos todo lo que aguantaba el transformador. Quemé también en su momento y mi vida perdió color y también llegué a desarmar los casetitos del Super Nintendo por venganza a mi hermana. Si vos aprendiste a ser mejor persona con los videojuegos creo que yo aprendí como elevar mi ki de maldad (¿?) con esto. Dicen luego que el poder es malo en manos de personas malas (?????????????????????) jaja
Otra cosa que recuerdo es como papá le sacaba provecho a nuestro trauma. Nos sentaba en la mesa y no nos dejaba jugar si no terminabamos de comer y lavábamos nuestros platos. Muy inteligente, papá. Muy inteligente.
Ahora bien, entre hermanos competíamos a morir y el lado más pichado, destructivo y maricon de mi hermano menor salió a relucir en competencias onda Mortal Kombat y similares. Odiaba que lo acorrale para hacerle un mismo “poder” repetivamente hasta su muerte virtual y en ALGUNAS ocasiones me “cobraba” haciéndome lo mismo.
Personalmente descubrí mis limites o mejor dicho, que no tenía ninguno si tenía una meta. Reafirmé mis ganas de ganar o ganar y fue así que pasé todos los niveles de juegos que pensé en serio que no iba a ganar de tan difíciles. Fue así que me di cuenta que tanto en los videojuegos de Super Nintendo como en la vida real, no hay cosa que no se pueda conseguir cuando te importa.
Cuando hablaste de las revistas y de que rebuscarse por cheats era algo imposible en la época, me acuerdo que mamá nos traía revistas de tecnología con trucos para Donkey kong y demás. Gracias, mamá por tanto.
También recordé con tus posts mis primeros juegos de pc, parecidos a Maniac Mansion, yo jugaba uno que se llamaba Nitemare 3D y era increíble. Después llegué a jugar esos que eran parecidos y venían en diskettes pero todos en beta. Había uno tipo viborita pero no recuerdo bien cómo era. Luego, claro, tuve la posibilidad de jugar Doom y Heretic y de llegar a la final en ambos. MAMA MIA, la buena vida. Que tiempos preciosos…
Gracias, Keiji. Por tu post, por tu historia y por dejar que tantos recuerdos vuelvan a brotar. Te quiero y sos genial :)